El mundo se desquebraja. Cada día la muerte desayuna, come y cena en nuestros televisores. La violencia se acepta y la desnudez se repudia. La doble moral es el padre nuestro de la época tecnológica en la que sobrevivimos. Todo es ahora. Todo es de todos. El viejo continente necrosado. Añoradas costas convertidas en cementerios de salitre. Los sueños sufren hidrofobia. Los animales están esperando el momento exacto para tirar de nuestras correas. Nos venden miedo para imponer su seguridad. Vigilantes vigilados por vigilantes que vigilan a vigilados que están vigilando a vigilantes. La vida es un cuento de hadas con problemas alimenticios, embarazos no deseados y una boda con el banco. Y eso es lo que ha venido el artista callejero Banksy a esputarnos.
La palabra distopia se queda tierna para describir el propósito de este proyecto. Bautizado con un juego de palabras muy cítrico ya que dismal en inglés significa deprimente, apunta alto y acierta en pleno centro de las alarmas del moralismo mundial. En este parque de aversiones todo es lúgubre. La tristeza es su slogan. Sus trabajadores fomentan la depresión.
“No vuelvas, por favor” te suplican al bajar de la noria. La risa es una leyenda urbana. La diversión es funesta. La cultura está atormentada. El arco de seguridad de cartón piedra te advierte. La recaudación de granadas de poliespan y botes de sprays te advierte aún más. Atravesadas las puertasde la mediocridad empieza el baile. Cuidado con las minas antipersona metafóricas porque estás rodeado de ellas. Las invisibles concertinas críticas desgarran las conciencias. El antiguo parque de atracciones de Bemusement es el escenario de esta catastrófica denuncia. Dentro nada es casual. Pensado al milímetro hasta las papeleras tienen su bofetada esperando por ti.
“No vuelvas, por favor” te suplican al bajar de la noria. La risa es una leyenda urbana. La diversión es funesta. La cultura está atormentada. El arco de seguridad de cartón piedra te advierte. La recaudación de granadas de poliespan y botes de sprays te advierte aún más. Atravesadas las puertasde la mediocridad empieza el baile. Cuidado con las minas antipersona metafóricas porque estás rodeado de ellas. Las invisibles concertinas críticas desgarran las conciencias. El antiguo parque de atracciones de Bemusement es el escenario de esta catastrófica denuncia. Dentro nada es casual. Pensado al milímetro hasta las papeleras tienen su bofetada esperando por ti.
Este parque del desencanto bombea en sus oxidadas entrañas la obra de artistas de diferentes partes del mundo reunidas en una misma galería que como detonación final esconde en una sala iluminada por luces estroboscópicas una conmocionante maqueta del artista Jimmy Cauty que reproduce una ciudad asolada por los disturbios sociales.


Dismaland es una muestra crónica de arte callejero. Pintadas, murales, grafitis, esculturas, estatuas, carteles, globos en los que se reza “soy imbécil.
La estocada final se la lleva el castillo de Disney reducido a carcoma y tinieblas. En su interior la calabaza de la Cenicienta volcada rodeada de motoristas paparazzis sedientos de titulares que recuerda la famosa muerte de Lady Di. Lo grotesco de esta obra es la necesidad de la participación de los visitantes grabando y fotografiándola para que cobre sentido.
El consumismo, las políticas migratorias, la comida basura, el maltrato animal, el cambio climático, la economía, el imperialismo, el capitalismo, son algunos de los puntos de mira hacia los que apunta el aerosol de Banksy. Todo tiene una vuelta de tuerca. Con ingenio y sátira grafitea sobre la herida. El mismo describe el sitio como un parque temático no apto para niños aunque creo que justamente es todo lo contrario. Es un lugar donde reaprender, donde fustigar nuestras conciencias, apalearlas hasta que nos duela de verdad para así purgarnos y empezar desde cero. La violencia intelectual nos traerá la paz.
De Reina de Lamantekilla para Arpha Press.
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